El camino que une Metán con la capital salteña se ha vuelto, una vez más, un testimonio vivo de fe, sacrificio y devoción. Después de tres días de una extenuante caminata, los peregrinos de Metán llegaron a Salta para el encuentro con el Señor y la Virgen del Milagro, en una de las fiestas religiosas más multitudinarias del norte argentino. La llegada de la columna, que superó las 3.000 personas este año, estuvo marcada por la emoción, el cansancio y la inquebrantable esperanza de completar una promesa.
Testimonios del camino: Promesas y agradecimientos
La travesía, que comenzó el pasado viernes con el lema «Con la Virgen y el Señor del Milagro, seamos una Iglesia sinodal en salida misionera», fue un recorrido de profunda espiritualidad. Los peregrinos, con sus pasos firmes a pesar del dolor y la fatiga, compartieron historias que dan sentido a su sacrificio.

En el descanso de Cobos, un punto clave en el camino, los testimonios se multiplican. «Es la segunda vez que vengo, y es algo que no se puede explicar. Se siente en el corazón», dijo una mujer, con lágrimas en los ojos, mientras se recuperaba del cansancio. «Lo hago por mi familia, por mis hijos. Es una promesa que le hice a la Virgencita», agregó, revelando el motor de su devoción.
Para muchos, la peregrinación es una tradición familiar, un legado que se transmite de generación en generación. «Empecé a venir con mi mamá cuando era un niño, y ahora es una promesa que es mía también», confesó un joven, reflejando el fuerte arraigo de la fe en la cultura salteña.
El camino también es un espacio de gratitud. Un hombre relató cómo la promesa de caminar a Salta lo ayudó a superar una enfermedad grave. «Sentí que no estaba solo, que el Señor y la Virgen me acompañaban en cada paso. Y hoy, aquí estoy, cumpliendo con mi palabra. Es mi forma de dar las gracias por esta segunda oportunidad».
Un reencuentro de fe y solidaridad
La peregrinación no sería posible sin la masiva muestra de solidaridad que se vive a lo largo de la ruta. Habitantes de pueblos y parajes, así como voluntarios y organizaciones, salieron al encuentro de los caminantes para ofrecerles agua, alimentos, masajes y asistencia médica. Esta red de apoyo, silenciosa y constante, es parte fundamental de la experiencia.

«El camino es duro, pero la gente nos da fuerzas para seguir. En cada pueblo hay alguien que nos espera con un termo de mate o una botella de agua fresca», comentó una peregrina. Este apoyo comunitario, que se vive de forma espontánea y organizada, refuerza el sentido de comunidad y de hermandad que impregna la festividad.
Con sus pies lastimados y sus cuerpos agotados, los peregrinos de Metán finalmente se unieron a la multitud que esperaba en Salta para la procesión. Su llegada marca no solo el fin de una travesía física, sino la culminación de un viaje interior, un acto de amor y fe que año tras año reafirma la identidad de un pueblo devoto a sus patronos.