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Responsabilidad afectiva: por qué ilusionar sin buscar algo serio es un problema

La responsabilidad afectiva busca evitar daños emocionales en relaciones fugaces mediante la claridad y el respeto, evitando falsas expectativas y sufrimiento innecesario.

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Las relaciones humanas actuales se caracterizan por su rapidez y volatilidad. En este contexto, la responsabilidad afectiva surge como un concepto fundamental para entender cómo nos vinculamos y cómo debemos cuidar las emociones propias y ajenas.

Frases como “Me dijo que estaríamos juntos para siempre y después comenzó a salir con alguien más”, o “Nos vimos una vez y nunca más me habló”, son experiencias comunes pero reflejan una falta de responsabilidad afectiva.

El concepto apareció en la década de 1980 en Estados Unidos, dentro de los círculos poliamorosos, y fue desarrollado en el libro Ética Promiscua, de Dossie Easton y Janet Hardy. Allí se plantea que toda relación puede estar regida por una ética basada en el respeto y el cuidado, sin importar si es monógama o no.

La responsabilidad afectiva se define como la actitud ética que busca no hacer sufrir a la otra persona, asumiendo las consecuencias emocionales de nuestras acciones, siendo claros y honestos en los vínculos. Se opone a tratar a las personas como si fueran descartables o irrelevantes.

Vivimos en una sociedad líquida, según el sociólogo Zygmunt Bauman, donde las relaciones son frágiles y la telemática facilita conexiones fugaces y descartes rápidos, como el ghosting (desaparecer sin aviso). Esta dinámica impide la empatía y genera heridas emocionales a pesar de la brevedad de los vínculos.

En la pareja, la responsabilidad afectiva implica que ambos miembros sean conscientes del impacto de sus palabras, actos y silencios. No se trata de satisfacer todos los deseos ajenos ni renunciar a los propios, sino de comunicarse con claridad, hacer acuerdos y resolver conflictos con respeto.

Por ejemplo:

  • No es responsabilidad afectiva esperar que la pareja “lea la mente” sin comunicar las propias necesidades.

  • No ilusionar con planes que no se tienen intención de cumplir.

  • Aclarar malentendidos a tiempo, no dejarlos pasar.

  • No desaparecer sin explicación cuando termina la relación, sino comunicarlo claramente.

Este concepto también aplica a la familia, el trabajo y la amistad. En la familia, es común que se invada la privacidad o se tomen decisiones sin considerar sentimientos. En el trabajo, mantener informados a los candidatos en un proceso de selección es un acto de responsabilidad afectiva. En la amistad, la honestidad y el respeto son bases para mantener la relación.

La responsabilidad afectiva no es una exigencia idealista, sino una herramienta para construir vínculos más humanos y respetuosos. Porque, aunque las relaciones cambien, las personas no son descartables.

Como decía Bauman, “las relaciones humanas están hechas para durar lo justo, hasta que dejan de ser satisfacciones”. Pero esto no justifica lastimar ni generar falsas expectativas. La responsabilidad afectiva es cuidar al otro mientras el vínculo dure, con honestidad y respeto.

Lic. Fernando Serrano Urdannibia

M.P. N.º 1894

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Del amor propio a la patología: ¿todos somos un poco narcisistas?

El Lic. Fernando Urdanibia explica qué es el narcisismo, su origen y cuándo se vuelve un trastorno que afecta las relaciones personales.

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El narcisismo, término que se ha instalado en el lenguaje cotidiano para calificar a personas “creídas” o “egocéntricas”, tiene un significado mucho más complejo. En su última columna, el Licenciado Fernando Urdanibia (MP 1894) ofrece un recorrido por los orígenes y definiciones de este concepto, desde la mitología griega hasta su interpretación en la psicología moderna, para explicar cuándo el amor propio se transforma en trastorno.

El término “narcisismo” proviene del mito griego de Narciso, un joven de belleza extraordinaria. Preocupada por su futuro, su madre consultó a un vidente. La predicción fue que viviría mucho tiempo siempre que no se viera a sí mismo. Sin embargo, Narciso, que adoraba la admiración de los demás, terminó enamorándose de su propio reflejo en el agua, quedando atrapado en su imagen hasta morir ahogado. De su muerte surgió la flor que lleva su nombre, símbolo del amor excesivo por sí mismo.

Sigmund Freud definió el narcisismo como una etapa necesaria en el desarrollo psíquico del ser humano. En el “narcisismo primario”, el bebé se ama a sí mismo y utiliza esa energía para construir su identidad. A medida que crece, debe abandonar la omnipotencia y aceptar la realidad exterior, proceso que implica renunciar a la exclusividad del amor materno. Si esta salida no se produce correctamente, puede surgir el “narcisismo secundario”, que en su forma extrema se vuelve patológico.

En psicología, el narcisismo se entiende como un patrón de conducta que implica una autoestima inflada, necesidad constante de admiración y ausencia de empatía. La diferencia entre “narcisismo” y “narcisista” radica en que el primero es un rasgo o patrón de personalidad, mientras que el segundo designa a la persona que lo exhibe de manera intensa y persistente.

Este espectro abarca desde el narcisismo normal —que permite un amor propio sano y el desarrollo social— hasta el trastorno narcisista de la personalidad, que afecta las relaciones y la vida diaria.

Características del narcisismo patológico

Según el Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (DSM-5), el trastorno narcisista de la personalidad se manifiesta con:

  • Sentido grandioso de importancia y exageración de logros.

  • Fantasías de éxito ilimitado, poder y belleza.

  • Creencia de ser especial y único.

  • Exigencia de admiración constante.

  • Explotación de los demás para beneficio personal.

  • Falta de empatía y dificultad para reconocer sentimientos ajenos.

  • Envidia hacia otros o creencia de ser envidiado.

  • Conducta arrogante y altiva.

Quienes padecen este trastorno suelen no ser conscientes del impacto de su comportamiento y resisten la búsqueda de ayuda.

Cómo convivir con un narcisista

El Licenciado Urdanibia ofrece consejos prácticos para manejar la convivencia con personas narcisistas:

  • Establecer límites firmes para evitar manipulaciones.

  • No tomar personalmente las críticas o desprecios.

  • Mantener distancia emocional para preservar el bienestar propio.

  • Buscar apoyo en el entorno familiar, social o profesional.

  • Informarse sobre el trastorno para entender mejor la conducta.

El narcisismo es un rasgo común en todos los seres humanos, necesario para el desarrollo y la autoestima. Sin embargo, cuando se vuelve excesivo y persistente, puede afectar gravemente la vida y las relaciones. Reconocer los límites entre el amor propio sano y el trastorno patológico es fundamental para una convivencia saludable.

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Amor no correspondido: una mirada profesional a una herida emocional frecuente

El Lic. Fernando Serrano Urdanibia (MP 1894) analiza el fenómeno del amor no correspondido, sus etapas emocionales, los distintos tipos y las herramientas que permiten afrontar este proceso con claridad y madurez.

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El amor no correspondido es uno de los fenómenos emocionales más frecuentes y, al mismo tiempo, más complejos de atravesar. Se lo encuentra en las letras de canciones, en películas y novelas, porque interpela directamente a la experiencia humana. Se trata de una vivencia que deja huellas no por lo que fue, sino por lo que nunca llegó a ser.

En su más reciente análisis, el Lic. Fernando Serrano Urdanibia (MP 1894) aborda el fenómeno del amor no correspondido desde una mirada clínica y emocional, y brinda herramientas para comprender qué sucede cuando ese sentimiento no es recíproco, y cómo elaborar el vacío que deja aquello que se deseó intensamente pero nunca llegó a concretarse.

Amor sin retorno

Este tipo de amor genera un dolor particular; no se pierde lo que se tuvo, sino que se sufre por lo que se anheló. El sufrimiento parte de una expectativa que no encuentra respuesta, de una entrega que no recibe reciprocidad. “Uno se siente inclinado a amar allí donde no puede poseer”, escribió Sigmund Freud. El deseo, muchas veces, se intensifica ante lo inalcanzable.

¿Qué sucede en el enamoramiento?

El estado de enamoramiento altera profundamente el comportamiento. Se idealiza a la persona amada, se proyectan deseos y se pierde, en parte, el contacto con la realidad. Freud lo definía como un “estado psicótico de la personalidad”. Esto se debe a la intensidad química que el cerebro genera en esta etapa: noradrenalina, dopamina y serotonina provocan placer, euforia y felicidad. Es lo que comúnmente se describe como “mariposas en el estómago”.

Pero cuando ese vínculo no se concreta, o cuando la otra persona se ausenta sin explicación —lo que hoy se conoce como ghosting—, el impacto emocional es profundo. Los sentimientos chocan con la realidad; la relación no existe o no avanza. Es allí donde se instala la noción de haber depositado expectativas en alguien que no comparte ese proyecto.

Etapas del amor no correspondido

El amor no correspondido atraviesa distintas fases. Según detalla el Lic. Serrano Urdanibia, el proceso puede dividirse en cinco momentos:

  • Idealización: Se tiene esperanza, aunque ya hay señales de desinterés. La persona es idealizada, se la percibe sin defectos.
  • Amor unilateral: Aumenta la ilusión, pero se hace evidente que no hay reciprocidad. Se insiste con la idea de que con el tiempo el otro cambiará.
  • Reconocimiento: Se toma conciencia de que solo uno está apostando al vínculo. Aun así, muchas veces se insiste.
  • Olvido: Comienza el proceso de duelo. Dejar atrás lo que se soñó implica dolor.
  • Aceptar y seguir: Se reconoce lo vivido, se acepta que no puede ser y se avanza.

Variantes del amor no correspondido

Este fenómeno no siempre adopta la misma forma. Puede presentarse bajo distintos modelos:

  • Amor parasocial: Hacia personas famosas o inalcanzables.
  • Enamoramiento de alguien cercano: Por alguien del entorno que no comparte el interés.
  • Persecución romántica: Intento insistente de iniciar una relación con alguien que no lo desea.
  • Añoranza del pasado: Sentimientos que perduran hacia una expareja.
  • Relación desigual: Uno de los miembros invierte más emocionalmente que el otro.

Estrategias para superarlo

Frente a un amor no correspondido, el Lic. Serrano Urdanibia presenta una serie de recomendaciones para afrontar el proceso, comprender sus efectos emocionales y avanzar hacia la recuperación personal.

  • Aceptar que la situación no cambiará.
  • Evitar la idealización.
  • Tomar distancia de la persona.
  • No reprimir la tristeza: expresarla ayuda.
  • Concentrarse en el presente.
  • Imaginar un futuro sin esa persona.
  • Invertir en uno mismo.
  • Buscar nuevas experiencias.
  • No cerrarse al amor, pero sin apuro.
  • Consultar con un profesional si el proceso se vuelve difícil.

Superar un amor no correspondido no es inmediato, pero con tiempo y acompañamiento adecuado, se puede reconstruir el bienestar emocional. Entender el fenómeno —en lugar de negarlo— permite resignificarlo y seguir adelante.

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La Patria sabe de traidores: el hombre que traicionó a Martín Miguel de Güemes y su larga agonía

Güemes se había puesto al hombro la defensa de la frontera norte casi en soledad y un 17 de junio de 1821 murió rodeado de sus gauchos, cuando tenía 36 años.

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Valdés era un valenciano que de joven se había radicado en Salta. Por su carácter un tanto impulsivo él mismo se había puesto el apodo de El Babarucho. Se ganaba la vida como tropero y contrabandista, por eso conocía caminos inaccesibles y senderos ocultos. Si bien se las arregló para acercarse a la ciudad ocultándose de día para que no delatase el brillo de las armas, esto finalmente ocurrió.

Valdés se había mantenido oculto en la sierra de los Yacones y en la noche del 7 de junio entró en silencio en la ciudad y se quedó en la plaza principal. En toda historia hay un traidor. El comerciante Mariano Benítez fue quien le pasó el dato de que Güemes estaba en la ciudad. Entonces se preparó una encerrona para el hombre al que los españoles debían derrotar sí o sí si querían hacerse fuertes en la frontera norte.

A la medianoche de ese 7 de junio, Güemes despachó a un mensajero que debía sí o sí atravesar la plaza.Al llegar fue sorprendido por un «quién vive» y cuando respondió «la Patria» recibió una descarga a quemarropa.

Los disparos fueron escuchados por Güemes, quien creyó que se estaba desencadenando una revolución y fue a ver qué era lo que ocurría. Al llegar a una bocacalle le preguntaron «quién vive» y comprendiendo lo que ocurría, respondió «la Patria» y escapó al galope, mientras le efectuaban, sin suerte, una descarga.

Tal vez quiso ir a la casa de su madre, por eso tomó la calle de la Amargura. Al llegar al viejo puente de piedra que cruzaba el Tagarete de Tineo (tagaretes eran los canales que pasaban por la ciudad) en la esquina de Balcarce y Belgrano se topó con un grupo de fusileros del rey y los enfrentó con los pocos hombres que lo acompañaban, ya que algunos habían caído y otros habían sido hecho prisioneros.

El monumento que levantaron en su homenaje, al pie del cerro San Bernardo. Es en el lugar donde cayó por primera vez de su caballo, camino a la Cañada de La Horqueta

En otra esquina volvieron a preguntarle el santo y seña y, sable en mano, saltó con su caballo sobre dos hileras de soldados, armados con fusiles y bayoneta calada.

Una primera descarga no lo alcanzó pero en la segunda un proyectil ingresó por su cadera derecha y se alojó en su ingle.

Tendido sobre el pescuezo del caballo para no caerse de la silla, galopó en la oscuridad. Al cruzar el río Arias, se encontró con una de sus partidas: «Vengo herido», les dijo.

Lo bajaron del caballo, armaron una camilla con ramas y ponchos y por el camino de El Chamical, a unas cuatro leguas al sudeste de la ciudad, fueron hasta su finca en La Cruz. Pero como sus hombres consideraron que no era un lugar seguro, decidieron internarse en las sierras y quedarse en la Quebrada de la Horqueta.

Hasta allí fueron llegando paisanos de distintos puntos de la provincia, a medida de que se enteraban sobre lo que había ocurrido. Sabía que se moría, por eso fue despidiéndose de todos, haciéndoles prometer que debían seguir la lucha contra los españoles.

El padre Francisco Fernández fue el que lo reconfortó espiritualmente en sus últimos momentos.

Olañeta, que estaba en Jujuy, se enteró de que estaba herido y le envió emisarios. Estos ofrecieron abrirle camino a Buenos Aires para que pudiera ser atendido por los mejores médicos, a cambio de su rendición.

El salteño, tendido en un catre que había armado Mateo Ríos, hizo llamar al coronel Jorge Enrique Vidt, jefe de su estado mayor. En presencia de los emisarios españoles, le ordenó que marchase con sus fuerzas a poner sitio a la capital, haciéndole jurar que continuaría la lucha hasta que no quedase en la tierra un solo argentino o un solo español.

Luego se dirigió a los españoles. «Diga a su jefe que agradezco sus ofrecimientos sin aceptarlos: está usted despachado».

José Redhead, el médico que había atendido a Manuel Belgrano y que era amigo de Güemes, obtuvo el permiso de los españoles para ir a asistirlo, a quien ya le había adelantado que cualquier herida que recibiera sería mortal, ya que se suponía que sufría de hemofilia.

Pero los intentos tanto de Redhead, como su colega Castellanos, fueron inútiles. Según la tradición oral de la familia Güemes, sus últimas palabras fueron para su esposa Carmen Puch. «Mi Carmen no tardará en seguirme; morirá de mi muerte así como vivió de mi vida».

Falleció el 17 de junio de 1821 y fue sepultado al día siguiente en la capilla de El Chamical. En 1822 sus restos fueron trasladados a la vieja Catedral, por 1877 al panteón familiar en el Cementerio de la Santa Cruz y finalmente en 1918 a la Catedral de Salta, en el Panteón de las Glorias del Norte.

La historia tardó en reconocer su labor en el norte. Cuando murió, en Buenos Aires un diario anunció que «había un cacique menos». Sería a comienzos del siglo veinte cuando la figura y la trayectoria del único general muerto en batalla por las guerras de la independencia fue revalorizada.

La tradición popular cuenta que su esposa Carmen, al enterarse de la muerte de su marido, al que seguiría la de su enfermizo pequeño hijo Luis, se encerró en su habitación, se cortó sus cabellos y dejó de comer. Tenía 25 años cuando falleció el 3 de abril de 1822. La Carmencita había seguido los pasos de su amado Güemes, hasta a la misma muerte.

En cada aniversario de su fallecimiento, al pie del cerro San Bernardo, donde se levanta el monumento que lo recuerda, se baila, se canta y se cuentan historias sobre su vida de novela.

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