Con una emoción que no puede ocultarse, Fernando Serrano Urdanibia, el primer psicólogo formado en la localidad de Río Piedras, se convierte en un referente de superación para su comunidad. Con cada palabra, con cada anécdota, su historia es un testimonio de esfuerzo, sacrificio y pasión por ayudar a los demás.
«Para mí es un gran honor poder hacernos escuchar», comienza, con una humildad que marca la diferencia, al referirse a su logro, que no solo lo coloca a él como un profesional destacado, sino también a su pueblo. Fernando, nacido y criado en Río Piedras, una pequeña localidad del interior de la provincia de Salta, sabe lo que significa luchar contra las adversidades y, sobre todo, contra el prejuicio que a menudo enfrentan aquellos que provienen de pueblos pequeños. «Muchas veces, provenir de un pueblo no tiene esa visibilización o de cierta forma como que nos minimizan», asegura, con un brillo en los ojos, consciente de que su historia es una prueba palpable de que el origen no define el futuro.
Su camino no fue fácil. Enfrentar la vida en una ciudad grande, al principio, fue un desafío monumental. «Tuve que abandonar mis raíces, mis familias, ese vínculo que uno genera en el inicio, y duele tanto venir a una ciudad tan grande», recuerda, con nostalgia. Lejos de su hogar, tuvo que adaptarse a una realidad totalmente distinta a la de su Río Piedras natal, y en ese proceso, su resiliencia y fortaleza se hicieron más fuertes. La adaptación a una ciudad con calles y colectivos gigantescos, como describe, fue solo uno de los tantos desafíos que tuvo que superar.
El sueño de ser psicólogo comenzó a gestarse desde muy joven. En su niñez, ya sentía una profunda vocación por el servicio y el apoyo a los demás. «Siempre me ha gustado brindar un servicio a la sociedad», comenta, al recordar cómo sus padres, docentes y todos aquellos que lo rodeaban en el pueblo, se dieron cuenta de su potencial y lo alentaron a seguir su camino. Sin embargo, lejos de los clichés comunes, su elección de la psicología fue producto de una profunda conexión con el ser humano, con la necesidad de poder ayudar a aquellos que enfrentan situaciones difíciles. «Siempre quise ser alguien que pudiera ayudar a otro», afirma, con la voz quebrada, mientras sus recuerdos de su adolescencia se mezclan con las emociones del presente.
Uno de los momentos más difíciles que tuvo que afrontar fue la muerte de su hermano. «Fue fuerte», confiesa, con la emoción a flor de piel, mientras recuerda lo difícil que fue ver a su madre postrada en cama sin poder hacer nada por ella. En ese momento, la psicología se convirtió en su refugio y su fuerza. «¿Cómo puedo ayudar cuando no sabes qué decir o cómo actuar en situaciones tan complejas?», se pregunta aún, sin encontrar una respuesta sencilla. Ese dolor, esa lucha personal, lo impulsaron a seguir adelante y a formarse como el profesional que es hoy.
Pero la vida no fue fácil para Fernando. Durante su adolescencia, muchos docentes le decían que no podía lograrlo, que «los del campo no llegan». Sin embargo, esa negatividad nunca pudo opacar su brillo. «Mi mamá me decía, ‘vos no tenés que dejarte llevar por lo que te dicen los demás, vos tenés que seguir lo que te dice tu corazón'». Y fue esa enseñanza la que lo llevó a conquistar sus metas, a demostrar que sí se puede, independientemente de los obstáculos.

Su formación académica no solo fue una lucha interna, sino también un proceso constante de apoyo de su familia, que siempre estuvo allí, no solo en lo económico, sino también en lo emocional. «Mi familia cumplió un rol fundamental», sostiene, con agradecimiento, al recordar esos momentos de desesperación previos a los exámenes, cuando sentía que no podía más, y recibía el aliento inquebrantable de su madre y sus seres queridos. La distancia, el sacrificio, las horas de estudio, todo valió la pena cuando, al salir de defender su tesis, se encontró con una multitud que lo aplaudía. «Ver a toda la gente del pueblo, esa sensación, es algo que no se puede describir», expresa con una emoción palpable, a punto de quebrarse nuevamente.
Pero el camino no termina aquí. A sus 24 años, Fernando sabe que este es solo el comienzo. «El camino recién empieza», dice con seguridad, mientras mira hacia el futuro con planes de seguir formándose, realizar posgrados y doctorados, y continuar mostrando que su pueblo también tiene mucho para aportar a la sociedad. Una de sus investigaciones tiene que ver con la difícil transición de la vida rural a la ciudad, una experiencia que él mismo vivió, y que le permitió comprender en profundidad las dificultades de los jóvenes que, como él, buscan un futuro mejor en un entorno desconocido.
Uno de los pilares más importantes en la vida de Fernando fue su maestra, Antonia Amengual, quien siempre estuvo a su lado, brindándole apoyo y motivación para seguir adelante. «Ella me decía que luchara por mis sueños, que podía ser alguien grande», recuerda con emoción, agradecido por la confianza que le transmitió. Antonia no solo fue su «Seño» como aún le sigue llamando, sino también una guía y una figura materna, que lo impulsó a creer en sí mismo y a no temerle a los sueños. «Me enseñó a no rendirme, a seguir adelante a pesar de las dificultades», afirma, con una sonrisa.
El mensaje de Fernando a aquellos jóvenes que, como él, provienen de pequeños pueblos es claro: «Realmente se puede. Todo el dolor, todo lo que es la incertidumbre, todo vale la pena. Porque todo tiene su recompensa». A sus 13 años, cuando veía muchas puertas cerrarse ante él por provenir de una familia humilde, le diría: «Valió la pena. Todo lo que viví, todo lo que sufrí, valió la pena».

El pueblo de Río Piedras hoy tiene un motivo más para sentirse orgulloso. El sacrificio y la dedicación de Fernando Serrano Urdanibia no solo lo han convertido en el primer psicólogo de la localidad, sino que también han puesto en evidencia el poder transformador de la educación, la familia y la resiliencia. Con su humildad, fortaleza y su incansable espíritu de servicio, este joven profesional demuestra que, sin importar de dónde venimos, siempre podemos llegar lejos si creemos en nosotros mismos y luchamos por nuestros sueños.
Hoy, él es un ejemplo de que, incluso en los momentos más oscuros, siempre hay una luz que nos guía, y que esa luz, muchas veces, proviene de quienes más nos han apoyado.