“La traición duele. Y duele mucho”. Así comienza la reflexión del psicólogo Fernando Serrano Urdanibia, y no hay forma de rebatirlo. La infidelidad es uno de los golpes más crudos que puede recibir una persona en el marco de una relación afectiva. No por novelesca, sino por concreta; desconcierta, rompe certezas, deja sin palabras y, muchas veces, sin rumbo.
El Licenciado Serrano aborda el tema sin vueltas, con mirada clínica y conocimiento de causa. Expone que la infidelidad se siente como un desgarro porque vulnera una expectativa implícita, un acuerdo tácito que nuestra cultura no discute: la fidelidad. En una sociedad eminentemente monógama como la argentina, donde sigue pesando la tradición judeocristiana del «hasta que la muerte nos separe», la sola idea de una tercera persona se percibe como transgresión. No se firma, no se aclara, pero se presupone.
Lo que se da por hecho
Serrano ejemplifica esta lógica con una analogía simple; nadie sale desnudo a la calle, no porque esté escrito en carteles, sino porque el entorno social lo sanciona. De igual modo, no se jura fidelidad porque ya se espera. Por eso, cuando hay una infidelidad, lo que se quiebra no es solo la confianza, sino una norma cultural. Y allí, surge la pregunta inevitable: ¿Qué pasó? ¿Cómo alguien que parecía íntegro llega a ocultar algo así?
Desde esta perspectiva, el psicólogo señala que la infidelidad no solo es una falta moral o una cuestión de deseo; es, ante todo, una ruptura de contrato. El acto de engañar —afirma— implica consciencia de que se está ocultando algo. «Yo hago algo para que mi pareja no se entere», resume, aludiendo a ese clásico interrogante que suelen plantear las víctimas del engaño: ¿Por qué no me lo dijiste antes?
El “cometimiento” de la infidelidad
Serrano no esquiva los términos y defiende el uso de la palabra “cometer” cuando se habla de infidelidad. Así como se comete una falta social al no saludar, se comete infidelidad al romper un acuerdo implícito. “No digas que se comete infidelidad”, le objetan algunos. Su respuesta es tajante: “¿Por qué defendés tanto la infidelidad? ¿De qué te querés exculpar?”
La definición no pasa por un tribunal, pero se vuelve ineludible; hay infidelidad cuando hay engaño. El licenciado deja en claro que el problema no radica en dónde estuvo la persona, sino con quién. La omisión, dice, es también una forma de mentir.
Diversidad y acuerdos personales
En la era de las redes sociales, los matices se multiplican. El experto señala que hay tantos tipos de infidelidad como vínculos posibles. Lo que para una pareja puede ser un gesto inofensivo, para otra puede resultar una traición. Cita el caso de quienes discuten por un “like” en TikTok y explica que el eje no está en si algo está bien o mal de forma universal, sino en si hiere o no a la persona con la que uno está vinculado. “Cada pareja debe establecer sus propios límites”, recomienda, en lugar de caer en debates abstractos que no conducen a nada.
La contradicción más común
Una de las frases más contundentes que deja Serrano apunta a una verdad incómoda: “Casi nadie perdonaría una infidelidad, pero casi todos quisiéramos ser perdonados si la cometemos”. Esta contradicción, según el psicólogo, se sostiene porque los seres humanos no siempre somos coherentes entre lo que pensamos y lo que hacemos. En el terreno afectivo, las convicciones pueden flaquear cuando se ven atravesadas por emociones intensas.
A esto se suma otro fenómeno: el reproche hacia uno mismo. Cuando alguien sufre una infidelidad, además de apuntar contra quien engañó, también surgen preguntas hacia el interior: ¿Fui ingenuo? ¿No vi las señales? ¿En qué fallé? El dolor se multiplica porque se mezcla con culpa, decepción y bronca.
¿Cómo cerrar una relación?
Serrano también se refiere al final de los vínculos. Romper no es fácil, ni siquiera para quien toma la decisión. A veces, continuar se vuelve insostenible, pero aún así cuesta soltar. En estos casos, el especialista recuerda que una relación solo tiene sentido si ambas partes desean sostenerla. Y cuando esto ya no ocurre, seguir solo por inercia o por miedo no hace más que empeorar el malestar.
A modo de respaldo estadístico, el psicólogo menciona datos de un informe de la aplicación Gleeden —plataforma conocida por facilitar vínculos extramatrimoniales— según el cual la Argentina ocupa el segundo lugar en Latinoamérica en materia de infidelidad, detrás de Brasil. Dentro del país, la Provincia de Buenos Aires lidera el ranking, seguida por Córdoba y la Ciudad Autónoma. En el norte, Salta y Misiones también presentan altos niveles de usuarios que buscan relaciones paralelas.
La infidelidad, por tanto, no es solo un tema de pareja. Es también un hecho social, cultural y emocional que pone en jaque nuestras certezas más íntimas. No hay respuestas absolutas ni soluciones universales. Pero sí puede haber acuerdos más claros, conversaciones honestas y, sobre todo, la conciencia de que los vínculos —como todo lo humano— son frágiles, complejos y, en muchos casos, revisables.
Al menos así lo plantea Serrano Urdanibia; con claridad, sin adornos, y con la seriedad que requiere un tema que, a lo largo de la historia, sigue encendiendo pasiones, debates y rupturas.