El acoso escolar, comúnmente denominado «bullying», es una problemática que se ha instalado en el debate educativo y social. Para el psicólogo Lic. Fernando Serrano Urdanibia, esta denominación no solo importa en términos lingüísticos, sino que también puede desdibujar la verdadera naturaleza del problema: la violencia.
Serrano Urdanibia explicó que el bullying no es un fenómeno nuevo. «Lo que ha cambiado es la forma en la que lo percibimos y abordamos. Antes se minimizaba como ‘cosas de chicos’, pero hoy entendemos que sus consecuencias son profundas y duraderas», señala el especialista.
Según el profesional, el término importado del inglés nos aleja de su verdadera dimensión. «Cuando utilizamos una palabra que no nos pertenece, a veces perdemos la capacidad de comprender su real impacto. Bullying es acoso. Es violencia reiterada, intencionada y con una asimetría de poder», aclaró.
Mencionó que el término fue introducido en 1993 por el noruego Dan Olweus, quien investigó casos de adolescentes que tomaron decisiones extremas tras haber sido víctimas de acoso escolar. «Olweus estableció tres características esenciales del bullying: intencionalidad, repetición y desigualdad de poder. Si estas condiciones se cumplen, estamos ante un caso de acoso escolar y no de un simple conflicto entre pares», detalló.
Más allá de la escuela: un reflejo social
Uno de los puntos centrales que subraya Serrano Urdanibia es que el acoso no es un fenómeno exclusivo del ámbito escolar. «Se manifiesta en la familia, en la calle, en el ámbito laboral, en las redes sociales. El bullying es solo la punta del iceberg de una violencia estructural que atraviesa nuestra sociedad», adviertió.
La violencia simbólica y material que se evidencia en el bullying tiene raíces profundas. «Hay un debilitamiento de las figuras de autoridad que antes regulaban los vínculos sociales. Hoy, la violencia se ha desplazado al interior del grupo, sin límites claros, y eso genera dinámicas de agresión constantes», explicó el psicólogo.
Desde una mirada psicoanalítica, Serrano Urdanibia identificó tres grandes factores que potencian el bullying:
Caída de la autoridad tradicional: Sin una autoridad firme que marque límites, la violencia se distribuye entre los pares. La figura del adulto que ordena y educa ha perdido peso, y eso deja a los adolescentes sin un referente claro.
Búsqueda de aprobación: El acoso no es solo un acto de agresión, sino también un espectáculo. La necesidad de reconocimiento y validación social lleva a muchos jóvenes a grabar y difundir situaciones de violencia en redes sociales.
Desorientación adolescente: Los cambios físicos, emocionales y hormonales generan inseguridad en los jóvenes. En ese contexto, atacar a otro puede convertirse en una estrategia para reafirmar una identidad propia.
Asimismo, Serrano Urdanibia destacó que el bullying adopta distintas formas:
- Físico: golpes, empujones y agresiones directas.
- Psicológico: manipulación, intimidación y aislamiento.
- Verbal: insultos, rumores y humillaciones.
- Cyberbullying: acoso en redes sociales mediante difamación y exposición pública.
- Sexual: acercamientos no deseados, comentarios lascivos y acoso homofóbico.
- Social: exclusión deliberada y humillación pública.
El psicólogo señaló que estos tipos de acoso pueden generar ansiedad, depresión y, en los casos más graves, llevar a pensamientos autodestructivos. «No es un juego. El bullying deja secuelas emocionales profundas que pueden acompañar a la víctima durante toda su vida», enfatiza.
¿Cómo prevenir e intervenir?
Para Serrano Urdanibia, la prevención del acoso escolar es un trabajo en equipo entre docentes, familias y la sociedad. «Es fundamental que los adultos estén atentos a los signos de alerta, fomenten una cultura de respeto y no minimicen los relatos de los niños y adolescentes», sostuvo. Además, propone una serie de estrategias para abordar el problema:
- Educar sobre el tema: Hablar abiertamente del acoso y sus consecuencias en las escuelas y en los hogares.
- Promover la empatía: Enseñar a los niños y adolescentes a ponerse en el lugar del otro.
- Fortalecer el rol del adulto: Los educadores y padres deben recuperar su función de guía y contención.
- Actuar con rapidez: Si se detecta un caso de bullying, la intervención debe ser inmediata para evitar que el daño se profundice.
El protocolo de intervención de UNICEF establece ocho pasos para abordar estos casos: detección, comunicación con la dirección, atención a la víctima, contacto con las familias, reunión con los involucrados, definición de medidas, seguimiento de su aplicación y restauración de la convivencia escolar.
Para Serrano Urdanibia, comprender el bullying en su verdadera dimensión es el primer paso para combatirlo. «No es solo un problema escolar, es un síntoma de algo más profundo. Si queremos erradicarlo, debemos trabajar en todos los niveles: educativo, familiar y social», sostuvo.
«La violencia no es un juego ni una etapa de la infancia. Es un problema real que requiere compromiso, educación y acción inmediata», concluyó.